La discoteca
En la segunda antología del Círculo de escritores errantes; 13 Leyendas urbanas, se decidió nuevamente que cada autor creara dos relatos, esta vez sobre un tema concreto: las leyendas urbanas. De mi mente salieron dos textos: El restaurante chino y éste. El destino quiso que el primero fuera el seleccionado. Aquí tenéis la oportunidad de disfrutar del que no apareció en la antología. No puedo dejar de mencionar a mi gran amigo Chesco, sin la ayuda del cual este escrito no habría salido a la luz. Toda leyenda urbana tiene un inicio. Y el comienzo de ésta proviene de una historia que él me contó.
Badalona
es una de las ciudades más antiguas de la Península Ibérica. Fundada alrededor
del siglo I antes de Cristo por los romanos, fue bautizada con el nombre de Baetulo.
Edificada originalmente como “opidum
civium romanorum”, fortificación de ciudadanos romanos, con el tiempo creció
hasta convertirse en uno de los centros neurálgicos del comercio.
Multitud de restos de la cultura romana se han encontrado en los alrededores: ruinas
y calles. Incluso se hallaron restos de una necrópolis. Pero como en multitud de
urbes españolas, la presión inmobiliaria hizo que se edificara con demasiada rapidez,
pasando por alto consideraciones sobre el valor histórico y arqueológico de la
zona. Actualmente varias calles del centro de la ciudad tienen sus pilares
compartiendo terreno con lo que fue el lugar de descanso eterno de muchos
romanos. Esta situación ha fomentado la circulación de diversas leyendas
urbanas, que hablan de fenómenos paranormales…
– Joder, ¡qué oscuro está
tío! ¡Y que frío que hace!
–No me seas maricona, Chesco
–rio Toni.
El sonido de un crujido, un tropiezo
y diversos improperios lanzados al aire rompieron de nuevo el silencio.
–Ya está, encontré el
interruptor.
La escasa potencia de la
bombilla aportó iluminación al lugar. Tal y como Chesco había imaginado la
habitación estaba plagada de trastos diversos y el polvo dominaba hasta el
último rincón. Observó con atención lo que había pisado. Parecía ser una trampilla
de madera podrida, que prácticamente se había roto al apoyar su peso encima.
Eso era lo que le había hecho tambalearse y golpearse la espinilla con una caja
cercana.
–No bajáis mucho aquí, ¿no?
Toni tardó unos segundos en
responder, centrado en la búsqueda.
– ¡Qué va! Si no es porque
necesitemos guardar alguna mierda ni me acerco –calló un instante, como si algo
hubiera reclamado su atención–. Además, no me gusta este sitio. Me pone los
pelos de punta. Siempre hace mucho frío. Y eso que la caldera del edificio está
ahí.
Siguió buscando con la
mirada, en espera de hallar entre la amalgama de cajas, botellas y demás
objetos indeterminados aquello que los había hecho bajar.
–Pero Toni, ¿qué buscas
exactamente? –todo le parecía basura.
–Una
caja de botellas de whisky, ya sabes, de la marca ésa que damos de garrafón –sonrió–.
Creo que allí dejé las guirnaldas y demás chorradas navideñas.
Chesco
lo observó mientras buscaba. Aún estaban en pleno noviembre, demasiado pronto
para preocuparse por eso. Avanzó unos pasos mirando con atención al suelo. No
quería volver a tropezar.
–La
encontré –dijo Toni mientras apartaba una vieja lona, promoción de una marca de
vodka, y sacaba una caja.
Dentro
se podían ver guirnaldas, campanitas, lazos, muñequitos de nieve y demás
adornos.
–
¿Qué es eso? –Señaló la trampilla con la que había tropezado– ¿Una salida de
aire?
–Creo
que era una fosa séptica o algo por el estilo. Ya estaba así cuando alquilé el
local. Al instalar la refrigeración los técnicos me dijeron que lo tapara para
que no se viciara el ambiente cuando estuviera todo cerrado.
Toni
salió del sótano cargando la caja y le hizo señas para que le siguiera. Chesco,
antes de abandonar el lugar, miró de nuevo la trampilla. Tenía un aspecto
repugnante. Nadie metería la mano ahí, de eso estaba convencido.
La
discoteca se encontraba en su punto de mayor actividad. Las barras estaban
colapsadas de personas ansiosas por llevarse algo que beber a los labios. Todos
los inviernos ocurría lo mismo. El frío del exterior obligaba a salir abrigado.
Pero una vez en el interior de la discoteca, con tanta gente reunida, el calor
y la concentración de cuerpos, el bochorno resultaba considerable. Y una bebida
fría se perfilaba como el mejor remedio.
Chesco
recorría sin parar todo el local, recogiendo los vasos que los clientes dejaban
en los lugares más recónditos. Había reposavasos en todas las columnas y
paredes. Pero la mayoría se encontraban vacíos. Una esquina muerta, o incluso
el suelo parecían más útiles a los clientes para dejarlos.
Miró de reojo a Arantxa, en
la barra. Iba de un lado a otro sirviendo copas y combatiendo los desesperados
intentos de varios tipejos por ligar con ella. No era algo fuera de lo habitual.
Una camarera guapa, con curvas y mostrando un escote que ocultaba prácticamente
nada, eran reclamos más que suficientes. Por eso Toni la tenía en la barra del
centro, donde más atención captaba.
–Chesco, ven a mi despacho
–la voz de Toni salió nítida del audífono a pesar del barullo de la discoteca.
Se acercó a la barra a dejar
la caja de los vasos y le dedicó una sonrisa a Arantxa. Ella le correspondió
guiñándole el ojo. Una seña en dirección al despacho de Toni le bastó para
indicarle a dónde iba.
Ni siquiera se molestó en
picar a la puerta. Entró directamente. Nada de lo que pudiera encontrarse allí iba
a sorprenderle. Dentro estaba Toni, con una rubia despampanante y un tipo
bajito con alopecia galopante. Ambos los tenía vistos de anteriores ocasiones.
–Tengo que irme a hacer unos
business –dijo con una sonrisa en los labios–. Necesito que te quedes aquí un
rato, controlando el tema. Rosendo está por el local paseando. Si hay algo raro
me llamas. Si no, nos vemos mañana por la tarde. Las novedades, como siempre, me
dejas una nota en el cajón.
Asintió con la cabeza. Ya
conocía su cometido. Toni siempre estaba haciendo trapicheos varios. Rosendo
decía que era un bisnero allí en Cuba y en España no lo había dejado.
Los tres salieron del
despacho. La rubia llevaba una micro-falda semitransparente que mostraba con
claridad un detalle importante. No llevaba ropa interior, ni siquiera un escueto
tanga. Imaginó que Toni no iría sólo a cerrar un negocio en el sentido
estricto.
Se sentó en la silla de
cuero, controlando algunas de las cámaras. En todos los lugares se percibía actividad
frenética. Incluso en los lavabos. Allí se combinaba la fauna más variopinta.
Estaban los que iban a usar el servicio, pero también los que pretendían dedicarse
a otros asuntos. Observó que una pareja se metía en uno de los lavabos
privados. Los tenía vistos de ocasiones anteriores. Así que no se preocupó. Sabía
bien a qué iban a dedicar el rato.
Por el rabillo del ojo captó
algo en otra cámara. Era aquel tipo raro. Siempre aparecía sobre la misma hora
y se dirigía a los servicios. Sospechaba trapicheos de drogas, aunque nunca lo
habían pillado. Lo siguió por las cámaras hasta que entró en el lavabo. Allí
saludó a otro, cruzaron unas palabras y luego se metieron juntos en uno. Esta
vez no se le escapaba.
–Rosendo –dijo
inmediatamente–. Mueve tu culo gordo a los servicios del piso de abajo. Está el
mamonazo ése de siempre y se ha metido en un lavabo.
–Voy
Chesco –sonó una voz con inconfundible acento cubano.
A
través de las cámaras observó al enorme mulato moverse por el local. La gente
se apartaba a su paso, conscientes de que no hacerlo supondría ser atropellados
por una masa de músculo y mala leche. No tardó más de dos minutos en alcanzar
su destino.
–Rosendo,
el primero de la izquierda –le indicó para que no perdiera el tiempo buscando.
Las
buenas maneras no eran una de las cualidades del cubano. Golpeó la puerta con
tanta fuerza que rompió el pestillo. Ésta empujó contra la pared a los
ocupantes del habitáculo de forma bastante brusca. Las cámaras no captaban con
detalle la escena, sólo rapidez y barullo de cuerpos. Pero en apenas un minuto
la paz reinó de nuevo. Ambos tipos en el suelo, quejándose. Y Rosendo enfocando
a la cámara una bolsita pequeña.
–Llévalos
a la calle –dijo–. Y déjales claro que la próxima vez llamaremos a la poli– y
añadió–. Cuando acabes me traes la mercancía.
Un
escueto OK fue la única respuesta. Siguió una vez más al mulato, que arrastraba
a ambos tipos como si de niños pequeños se tratara. En la puerta les esperaban
los otros dos porteros, que se hicieron cargo de ellos.
Volvió
a mirar a la barra y descubrió que Arantxa no estaba. Seguramente habría ido a
reponer alguna bebida. Aun así, el lugar continuaba plagado de clientes
sedientos. El resto de camareras apenas daban abasto a tanta demanda.
Un
breve golpecito en la puerta fue seguido de su apertura. Era Rosendo.
–
¡Vaya chamacos! Los he botado a base de bien –sonrió y puso la bolsita sobre la
mesa–. Hoy iba bien cargado el bisnero ese.
–Esto
será mejor que lo guardemos en sitio seguro hasta que venga Toni y decida. Por
cierto, ¿dónde está Arantxa? ¿La has visto?
–Está
en el sótano –respondió–. Ha ido en busca de una fregona y un cubo, para
limpiar el lavabo –esbozó una sonrisa malévola–. Los chamacos ésos lo han
dejado manchado con su sangre.
–Vale
–dijo levantándose–. Quédate un momento aquí, que voy a guardar esto y de paso
controlo a la niña. Que el sótano está fatal. A ver si se nos va a caer y hacer
daño.
–Claro
tío –se carcajeó–. Pero no tardéis mucho. No es momento de ponerse a singar,
que hay mucho trabajo.
Chesco
le dedicó un gesto de mano que indicaba la respuesta a su comentario.
Las escaleras al sótano se
encontraban desiertas. Fue un agradable cambio al bullicio de todo el local.
Estaba acostumbrado a ello, pero de vez en cuando un respiro de tranquilidad se
agradecía. Bajó por ellas y llegó a la puerta. Estaba abierta y con luz dentro.
–Arantxa,
¿estás ahí nena?
–Pues
claro Chesquín –respondió–. Ya voy a recoger lo que ha dejado Rosendo en el
lavabo. A ver si le dices que la próxima vez la líe menos al echar a alguien.
La
chica se encontraba agachada recogiendo el cubo y mostrando todo lo que el
delgado hilo del tanga y la falda no ocultaban. Ella pareció darse cuenta de la
mirada y se incorporó.
–Se
mira, pero no se toca nene –rió–. Por cierto, ¿te has dado cuenta del olor?
Chesco
aguzó el olfato y distinguió algo extraño. No resultaba un aroma especialmente
desagradable. Le recordaba a algún tipo de perfume. Y por eso parecía fuera de
lugar. Allí sólo había basura y moho. El olor provenía del agujero que había
visto el día anterior, donde aún se veía la trampilla rota.
–No
sé qué es. Da igual, aquí no entra nadie.
Arantxa
pasó junto a Chesco rozándole deliberadamente y salió. Él hizo ademán de
seguirla y luego recordó el motivo real de haber bajado allí. Se acercó al
agujero y apartó los restos de la trampilla. Miró al fondo y sólo vio oscuridad,
percibiendo aun más el extraño olor. En una de las paredes notó una pequeña
oquedad. Allí guardó la bolsita.
Toni llegó pronto el domingo,
como casi siempre. Le gustaba ser el primero en entrar al local antes de comenzar
a acondicionarlo para recibir a los clientes. Abrió la persiana y la cerró de
nuevo tras de sí. Los demás tenían llave o picarían. Lo primero que le llamó la
atención fue el extraño olor. No era del todo molesto, pero sí contenía algo
que resultaba diferente, como si de un ambientador se tratara.
Recorrió unos metros en
completa oscuridad hasta llegar al interruptor general. Lo activó y conectó la
iluminación principal. También encendió la refrigeración. Mientras se
acostumbraba a la claridad le pareció percibir movimiento al fondo, una sombra.
Pero de inmediato desechó la idea. Allí no podía haber nadie.
Se
dirigió al despacho y comenzó a conectar las cámaras, para comprobar que todas
funcionaran. Consultó las novedades que Chesco le había dejado sobre el día
anterior. Al parecer habían pillado a uno que vendía. Según decía la nota la
mercancía se encontraba en el sótano. Si era de calidad, algo se podría hacer.
Escuchó
de nuevo ruidos y se puso tenso. No había notado que nadie abriera la persiana.
Cogió el bate de béisbol, que guardaba en el armario, y salió en guardia.
Nadie. Las luces principales permanecían encendidas. Así que el único lugar
fuera de la vista eran las barras. Fueron los primeros lugares que inspeccionó.
Nada.
De
vuelta al despacho notó que una de las cámaras no parecía funcionar bien. Era
la que enfocaba las escaleras que conducían al sótano.
–Mierda
de puta cámara –dijo en voz alta, a sabiendas que nadie lo escuchaba.
Se
dirigió hacia allí para comprobar qué le ocurría. Así también podría coger
aquello del sótano. Al acercarse a las escaleras notó que el olor era más
intenso, casi molesto. Le pareció que se asemejaba al aroma de las almendras. Decidió
bajar con cuidado. A pesar de ver que estaba completamente solo continuaba teniendo
la sensación de que alguien le observaba. Por el rabillo del ojo captó una
sombra a su espalda y se giró sobresaltado.
Rosendo
llevaba un rato esperando en la puerta cuando Chesco apareció con Arantxa.
–
¿No está Toni?
–Llevo
un rato picando al timbre y no sale –respondió–. Es raro que no esté.
–Se
habrá despistado –dijo mientras usaba la llave que tenía y abría la persiana.
Las
luces principales se encontraban encendidas. Un cruce de miradas bastó para
convencerse de que no era normal.
–
Toni, ¿estás por aquí? –preguntaron los tres al unísono.
No
hubo respuesta.
–Rosendo,
busca en el piso de abajo mientras yo miro en el despacho –dijo Chesco al mismo
tiempo que cogía del brazo a Arantxa para que le siguiera.
Cada
uno tomó un camino, acelerando el paso y con los sentidos desplegados al
máximo, esperando captar algo.
Llegaron
al despacho y lo encontraron abierto, con las luces también encendidas. Las
cámaras estaban conectadas. Arantxa miró las pantallas y vio alguien tirado en
el suelo del sótano.
–
¡Mira Chesco! –gritó.
Tras un breve vistazo salieron
corriendo en dirección al sótano mientras llamaban a Rosendo a gritos.
Llegaron
al pie de las escaleras al mismo tiempo. Salvaron la distancia que los separaba
de Toni en un suspiro y lo examinaron. Respiraba bien, aunque parecía estar
inconsciente. Un fino hilo de sangre le brotaba de la frente.
–
¡Arantxa corre! ¡Llama a una ambulancia!
Mientras
veía a la chica subir corriendo escaleras arriba le pareció notar el mismo olor
de la noche anterior, en el sótano. Aunque no le dio importancia.
La
sala de espera del hospital se encontraba repleta de gente. Los únicos que se
atrevían a desafiar el frío exterior eran los fumadores empedernidos. Por eso
Chesco se dirigió allí en busca de Rosendo. Sabía que se encontraría allí.
–Pobre
Toni –dijo Rosendo con voz triste–. Mira que las ha tenido gordas allí en Cuba
haciendo de bisnero. Y siempre salía de una pieza. ¿Han dicho algo los médicos?
–Traumatismo
craneal –contestó Chesco–. Por eso está inconsciente. Aunque le han hecho
pruebas y dicen que en su cuerpo había restos de sustancias alucinógenas.
Rosendo
lo miró con expresión de visible sorpresa.
–Eso
es imposible –habló con voz seria–. Toni es uno de los pocos que conozco que
nunca se ha metido nada. Es un bisnero de los buenos; sólo negocios. Ni
siquiera fuma. Pero bueno, ¿y qué hacemos al final? ¿Abrimos o no?
–Será
mejor que no. Llamaré a Arantxa y le diré que coloque una nota en el local.
Primero esperemos a ver cómo se recupera.
–Lo que no entiendo –dijo
Rosendo– es qué narices buscaba en el sótano.
–Seguramente la bolsita de
la noche anterior. Pero ya se lo preguntaremos cuando despierte –concluyó.
Toni recuperó la conciencia al
cabo de tres días. Las pruebas médicas que le hicieron resultaron satisfactorias.
No había sufrido ninguna lesión de gravedad. Esa misma tarde Chesco y Rosendo
fueron a visitarle.
–Hola
tíos –saludó el hombre al verlos aparecer por la puerta.
–
¿Qué tal, asere? –Rió Rosendo– Vaya excusa te has montado para no currar.
El
rostro de Toni cambió su expresión más o menos risueña por una completamente
más inquietante, lúgubre.
–Tened
cuidado –dijo con voz seria–. Me huelo que alguien me la quiere jugar en la
discoteca.
–
¿Qué dices? ¿Quién?
–No lo sé –respondió–. Pero
no me caí. Me empujaron…
–Allí
no había nadie, tío –intervino Chesco–. Lo miramos mientras esperábamos la ambulancia.
–Me
empujaron –repitió–. Noté una presencia a mi espalda y el empujón.
–Serían
imaginaciones tuyas, Toni –insistió–. Estabas solo, de verdad.
Recordó
lo que le habían dicho los médicos acerca de los alucinógenos. Quizás sí que
estaba colocado.
Toni
frunció el ceño, con visible descontento. Se incorporó ligeramente, lo justo
para poder volverse y mostrarles la espalda. En ella se percibía con aceptable claridad
una marca, el perfil de una mano.
–Esto
no es una imaginación –dijo–. Y os aseguro que nadie me ha zurrado hace tiempo.
Los
otros dos le miraron sorprendidos. La señal era sin duda reciente, con los
moratones manteniendo un tono rosado.
–Creo
que alguien quiero darme una lección –dejó la frase en suspenso–… pero no sé
quién –miró a Chesco–. Tío, ve al local y deshazte de la coca que escondiste el
otro día –dijo con voz ronca–. La policía a lo mejor investiga y paso de
jaleos.
Chesco
asintió con la cabeza.
–Y
Chesco… no vayas solo.
Salió de la habitación con
Rosendo. Seguirían las instrucciones de su jefe, para dejarle más tranquilo.
–No entiendo nada, pibe
–dijo el hombretón al entrar en el local–. Es raro que Toni se comporte así.
–Lo sé tío –reconoció–. Pero
haremos lo que dice y ya está.
Encendió todas las luces y éste
dejó de tener aspecto sombrío y lúgubre. Aun así, el extraño olor permanecía en
el ambiente.
–Vamos al sótano a por la
bolsita. Como venga la pasma y la pille le cierran el local a Toni y a lo mejor
nos enchironan a todos.
– ¡No tío, eso no! –exclamó
el cubano con voz preocupada– Si me botan de este curro me tendré que volver a
mi país. Y paso. Me gusta España.
Los dos hombres se acercaron
al pie de las escaleras. La luz de la bombilla del techo permitía observar con
aceptable claridad. Allí no había nadie. Comenzaron a descender con cuidado,
pendientes de cada escalón. Cuando llegaron abajo una brisa les provocó un
escalofrío.
–Aquí no puede haber
corrientes de aire –dijo Chesco–. No hay nada abierto.
Se acercaron a la puerta del
sótano y entraron con cuidado. Una ráfaga de viento más fuerte que la anterior
les golpeó. Pero no era sólo el aire frío. Parecía haber algo; un rumor, una
voz. Además, en el interior parecían perfilarse sombras extrañas. Aunque no se
veía a nadie allí.
Chesco se sintió incómodo,
nervioso. Notaba algo inquietante que le erizaba el bello. Intentó combatir su miedo
interior, que no comprendía de dónde provenía. Se armó de valor se metieron más
adentro. Rosendo iba tras él. En le interior no se percibía nada fuera de lo
habitual. La misma mierda campando a sus anchas. Todo tranquilo.
Hizo memoria para recordar
dónde había escondido la bolsita. Reconoció la trampilla, que seguía tal y como
la recordaba. Se dirigió hacia el lugar, esquivando cajas tiradas, botellas en
el suelo. El desorden formaba parte de la habitación. Pero no le parecía que estuviera
tan desperdigado como la última vez que entró.
–Chesco –dijo el cubano con
voz temblorosa–… me estoy cagando de miedo, pibe. Vámonos de aquí. Hay algo raro en este
sitio. Lo noto en mis huesos.
–Ya nos vamos, Rosendo –intentó
que el otro no notara su temor–. Cojo esto y ya está.
Fue al levantar la madera
carcomida con sumo cuidado. Y entonces todo se desató. El viento comenzó a
aullar de improviso, con la fuerza de un vendaval. Provenía de la trampilla
abierta. Transmitía no sólo un aire gélido, sino también sonidos extraños y una
voz. Los papeles y bolsas que había dispersos comenzaron a volar en
todas direcciones, las cajas comenzaron a moverse y temblar, como si tuvieran
vida propia.
Eso fue demasiado para
ambos. Comenzaron a correr en dirección a la puerta, tropezando con todo lo que
se interponía en sus caminos. Chesco notó un golpe seco en la espalda y salió
despedido hacia delante, golpeándose contra Rosendo. Ambos cayeron
estrepitosamente, ya fuera de la habitación. La puerta se cerró de golpe tras
ellos.
Los dos tardaron unos segundos
en recuperar el aliento, al pie de las escaleras.
– ¡Joder, qué miedo! –balbuceó
el cubano– ¡No vuelvo a entrar ahí en mi vida! Ese sitio tiene espíritus
malignos o algo. Te lo digo yo que mi prima es santera.
–No lo sé, tío –reconoció–.
Pero desde luego acojona.
Se tanteó la espalda. Le dolía
bastante. Era como si alguien muy fuerte le hubiera golpeado por detrás.
– ¿Has dicho que tu prima es
santera? –Dijo de repente– ¿No estará en España, ¿verdad?
El
cubano asintió con la cabeza.
No
tuvieron que esperar demasiado a que la chica apareciera. Vivía cerca del
local. Sin duda la prima de Rosendo presentaba un aspecto amenazador. No era
por su forma de vestir, ni por su físico. Tan sólo era una sensación que se
percibía al mirarla a la cara. Una boca enorme, una nariz minúscula y unos ojos
perlados cubiertos por unos párpados exageradamente azulados.
–Gracias
por venir –dijo intentando evitar su mirada directa.
–Mi
primo me ha dicho que creéis que hay malos espíritus ahí –su voz era aflautada
y, como la de Rosendo, con un inconfundible acento.
–No
lo sé –reconoció–. Pero es muy raro.
Abrió
la persiana del local y se alejó unos metros hacia la penumbra. Ésta pronto
desapareció al conectar todas las luces. Hizo señas a la mujer para que
entrara. Ella lo hizo, seguida de su primo. Caminó unos pasos en dirección a
Chesco y se detuvo. Miró hacia el techo y luego centró su atención en un punto
más allá de la pared más lejana. Lo único que allí había eran las escaleras de
bajada.
–Sí
–dijo con voz lúgubre–. Aquí hay algo muy viejo compadre… algo que no debería
estar.
Continuó
avanzando en silencio, deteniéndose cada poco a contemplar las paredes. Rebuscó
en el bolsillo de su pantalón y sacó algo, que se escapaba a la vista de
Chesco.
–He
preguntado a la gente de la zona –habló con algo de temor, sin saber si su voz
interrumpía algún extraño ritual de la mujer–. Se dice que había un cementerio
romano cerca y que por esta zona en concreto se encontraba una necrópolis.
La
mujer se giró hacia él, llevándose un dedo a los labios. Él comprendió
enseguida. Rosendo seguía tras su prima, evidenciando incomodidad y tensión en
su rostro.
Un
estruendo lejano rompió el silencio. Provenía del piso de abajo. Chesco,
instintivamente corrió hacia allí y los otros dos lo siguieron. Al llegar al
pie de las escaleras les pareció percibir una sombra en movimiento. Pero al
bajar los escalones no vieron nada. Todo tranquilo. Se acercaron a las barras,
para asegurarse de que no hubiera alguien oculto en las sombras. Nada.
La
prima de Rosendo, seguida de él, se acercó directamente a las otras escaleras, las
que conducían al sótano. Comenzaron a descender lentamente. Chesco les siguió a
pocos metros. Al llegar a la altura de la puerta los tres pudieron notar una
brisa gélida recorriendo todo el lugar.
–Aquí
entraré sola –dijo la mujer–. Esperadme.
Acto
seguido entró y cerró la puerta. Los dos hombres se quedaron sorprendidos, sin
saber muy bien qué hacer. Sin mediar palabra alguna decidieron obedecer y
aguardaron en silencio, con todos los sentidos centrados en cualquier movimiento
más allá de la puerta cerrada.
El
silencio duró varios minutos. Ningún ruido en el interior, ni indicios de
movimiento. Al cabo de un rato la mujer salió y cerró de nuevo la puerta tras
de sí. Su rostro denotaba cansancio, como si hubiera realizado un gran esfuerzo.
Tardó unos segundos en articular palabra.
–Pibes,
la liasteis bien al montar un garito aquí –dijo–. Este lugar contiene algo que
no debería estar. Percibo la presencia de espíritus que han sido molestados,
seres que necesitan paz y tranquilidad.
–Antes
también había otra discoteca y que yo sepa nunca pasó nada –habló Chesco–. Además,
hasta hace unos días no pasaba nada raro.
La
mujer le miró directamente a los ojos, lo que le provocó un escalofrío tan
intenso como el que había sentido dentro del sótano.
–A
ellos no les importa la vida –y añadió–. Ni siquiera la muerte. Sólo quieren
reposar y su tranquilidad se ha roto por algún motivo.
–
¿El qué? –preguntó Rosendo.
–No
lo sé, primo –negó con la cabeza–. Pero será mejor que os olvidéis de bajar ahí
solos. Puede ser peligroso. El resto del local está más o menos a salvo por el
momento. Estos espíritus aún se encuentran aletargados. Su voluntad no es todavía
tan poderosa para actuar sobre otros lugares. Tan sólo pueden recorrerlos por
breves espacios de tiempo, antes de volver a su mundo. Aunque, si su rabia va
en aumento –calló un instante–, puede ir a peor.
Miró
el local de nuevo, recordando. Desconectó la iluminación principal y se dirigió
a la puerta. Un leve susurro se percibía al fondo, pero lo ignoró. En el
exterior estaban todos, esperándole.
–
¿Estás seguro, Toni? –preguntó Chesco una vez más.
Él
asintió.
–Es
lo mejor –dijo–. No me inspira confianza este lugar. Ya abriremos otra
discoteca en algún sitio mejor.
–Yo
estoy de acuerdo –habló Rosendo–. Mi prima dice que los espíritus están más
tranquilos. Pero que cuando ya se han despertado no vuelven a estar en paz tan
fácilmente.
–No
creo que sean los espíritus, ni nada sobrenatural, Rosendo –negó Toni–. En el
hospital me dijeron que podía haber tenido alucinaciones por alguna sustancia.
Pero al insistirles tanto que yo no había tomado nada me hicieron más pruebas.
Parece que los restos que encontraron también podían ser de algún tipo de
intoxicación. Así que llamé a un amigo que trabaja en un laboratorio de
análisis clínicos para que viniera a tomar muestras.
–
¿Encontraron algo? –preguntó Arantxa.
–Eso
me dijeron –respondió–. El agujero del sótano conduce a algún tipo de fosa
séptica muy antigua. Dicen que seguramente había alguna sustancia nociva que
provocaba alucinaciones. Aunque al parecer ya casi ha desaparecido.
–No
lo entiendo –interrumpió Rosendo–. Pero si el local estuvo abierto y con gente
y no notamos nada. Sólo cuando estuvimos solos y con el local vacío.
Toni asintió.
–Normal –dijo–. El local estaba
cerrado y la refrigeración apagada. Así que, al no haber ventilación, se
concentraba la sustancia ésa en el sótano y también llegaba arriba.
–Recuerdo el olor extraño –intervino
Chesco–, aquel que provenía del agujero.
Todos
los presentes callaron, pensando en esa posible explicación. Alucinaciones por
intoxicación. Echaron un último vistazo al local antes de que Toni cerrara la
persiana.
Chesco
no estaba convencido de aquello. Aún le dolía la espalda desde que estuvo en el
sótano con Rosendo. Además, no podía olvidar tan fácilmente la marca que tenía;
de una mano.