Ataque Pirata
Este relato pertenece al periodo en el que colaboré con Hiperbórea Games. Fue uno de los textos que escribí para ambientar el universo del juego Purple Wars y pertenece al género de la Ciencia ficción. Cabe destacar que me resultó un interesante desafío a nivel literario ya que, partiendo de unas pautas definidas previamente, me vi obligado a gestar una historia en la cual tenía limitado a nivel creativo el entorno, los personajes y parte del desarrollo.
El goteo insistente de la tubería
acabó por crisparle los nervios. No suponía un sonido realmente molesto o
irritante. Lo que sí resultaba inquietante era la certeza que, tras dos
segundos exactos del deslizamiento de la última gota, otra seguiría a ésta. El
silencio inherente a la actividad del resto de artilugios y maquinaria de la
enorme sala de control, contribuía en gran medida a aumentar el protagonismo de
cada una de las gotas que se deslizaba inexorablemente tras sus predecesoras.
Drugar se decidió a llamarla. Valoró
unos instantes, antes de coger el comunicador, si valía la pena realmente
molestarla por aquello. Sí, ella era la encargada del mantenimiento. Así que su
petición era lícita. Pero, ¿se atrevía realmente a encararse con aquella mujer
por algo así? La respuesta que halló en su interior le desagradó. Una palabra
flotó entre sus pensamientos; cobardía.
La señal de llamada entrante le sacó
de sus cavilaciones. Era ella.
–Dime –contestó adoptando un tono
grave, de hombre curtido.
–¡Que pasa novatillo! –la mujer mostraba
una familiaridad y confianza impropias ante un superior jerárquico– ¿Algún
problema por ahí en las alturas?
–Hannae, creo que ya te he dicho
alguna vez que no soy un… novatillo –intentó mantener el tono serio–. Hace ya
un mes que estoy en este punto de extracción y antes ya había gestionado muchos
otros. Además –se armó de valor–, ¡soy tú superior jerárquico! ¡Un poco de
respeto!
El silencio se hizo al otro lado
durante unos segundos. Drugar pensó que quizás se había excedido y que esta vez
ella se había tomado a mal su reprimenda.
Las sonoras carcajadas que explotaron después le hicieron comprender
que no era así.
–Lo que tú digas, novatillo
–consiguió dejar escapar la mujer entre carcajada y carcajada–. Tú eres el jefe
aquí. Por lo que a mí respecta eres el gran consejo de nuestra República
Salacita concentrado en una sola persona. Bueno, ¿alguna incidencia mecánica
por ahí? Si no hay nada me iré un rato a enseñarles a los chicos de las FAD,
que llegaron la semana pasada, cómo las gasta una mujer de verdad. A ver si
esta vez alguno me dura. Estas Fuerzas de Auto Defensa no hacen honor a su
nombre.
–Pues sí –decidió dejar de lado la
reprimenda, aquella mujer nunca aprendería–. Tengo un problema. El inductor
calórico de estabilización de flujo de transmisión continúa goteando –hizo una
pausa–, como te dije la semana pasada.
–Supongo que la correa de
mantenimiento se habrá desajustado de nuevo. Las temperaturas y la presión de
este jodido planeta suelen tener ese efecto en las piezas delicadas. Ya he
pedido un recambio, que llegará cuando vengan a buscar el próximo cargamento. De
todos modos, me paso a mirarlo y así veo tu bonita cara de niño guapo.
Drugar cortó la comunicación sin
replicar al último comentario. Sabía que era inútil hacerlo. Aquella mujer conseguía
amedrentar incluso a los soldados profesionales. Lo había visto en el
astropuerto, poco antes de partir. El adjetivo que mejor la describía no se
correspondía con su aspecto, de mujer de portada de publicación erótica. No
dudaba que más de la mitad de hombres y mujeres que de la base debían
encontrarla sumamente sensual y atractiva. Por lo menos mientras no abría la
boca. Cuando comenzaba a hablar se descubría su peor defecto; la brusquedad y
sinceridad. Se notaba al instante que se había criado en algún planeta rústico,
en los límites del sector fronterizo. O quizás en algún asentamiento
extraplanetario. De ahí su mote, que nadie tenía valor para usar en su
presencia; la Exelion. Sin duda etiquetarla con el nombre del tipo de nave más
poderoso de la república era adecuado. Hannae aunaba un tamaño imponente,
resistencia y gran fuerza. Aunque nada de todo eso justificaba por qué estaba
en el punto de extracción. Tenía sitio allí sencillamente por su gran
experiencia y habilidad a la hora de manejar, mantener y ajustar toda la
maquinaria relacionada con la extracción de protomateria. Era la técnica de
mantenimiento jefe, azote de los pobres subordinados que tenía a su cargo.
La señal luminosa del ascensor
indicó que ya llegaba. Aunque no era necesario mirar a lugar alguno para
averiguarlo. Un buen oído resultaba suficiente. Su voz grave y poderosa se
podía escuchar incluso a varias plantas de distancia. No venía sola.
La puerta del ascensor se abrió,
mostrando la imponente figura de Hannae y su acompañante, uno de sus
subordinados. A pesar que el hombre era de estatura normal, parecía un niño adolescente
al lado de la mujer. Drugar también presentaba ese aspecto a su lado, por
supuesto. Por ello intentaba no incorporarse en presencia de ella, para no
poner de manifiesto la diferencia de tamaño. Era algo que le incomodaba, como
imaginaba a muchos otros.
–Ya estoy aquí, guapetón –saludó enérgicamente
con la mano–. Me he traído a éste para que aprenda a arreglarlo él.
El acompañante frunció el ceño sin articular
palabra.
–Hannae… –comenzó a decir Drugar,
ahogando el resto de la frase antes de pronunciarla.
Los dos recién llegados se
dirigieron directamente al inductor calórico y comenzaron a realizar su trabajo.
Drugar decidió aprovechar el tiempo y consultar la previsión
meteorológica que había hecho el ordenador para la semana próxima. Sin cambios
aparentes, como imaginaba. El planeta no se prestaba demasiado a variaciones remarcables,
salvo durante el cambio de estación. Estaba clasificado como Y-24; clima
ecuatorial grado tres. Durante seis meses reinaba la calma, sin precipitaciones
significativas ni muestras de actividad eólica o tectónica que pudiera dañar la
estabilidad y el funcionamiento del punto de extracción. Después venía la
tempestad. Varios meses de lluvia constante, vientos intermitentes, tormentas de
actividad extrema, salpicadas por terremotos de baja intensidad. Eso explicaba
por el cual el planeta presentaba dos facetas diferenciadas: aspecto seco y
semidesértico durante la calma y selva que hervía de vida vegetal y animal
durante las tormentas. Los informes sobre flora y fauna no profundizaban en
cómo sobrevivían tales formas de vida durante la estación seca. A nadie le
importaba lo más mínimo el tema. Todos sabían que dentro de unos meses
comenzarían a registrar los primeros movimientos sísmicos importantes, señal
inequívoca que la extracción de protomateria comenzaba a afectar al núcleo
planetario.
–Ahora comprendo –escuchó decir al
técnico que acompañaba a la mujer.
–Así me gusta –rio Hannae–. Si ya
sabes qué falla es el momento de enseñarte la manera de arreglarlo de forma
efectiva.
La mujer apartó a su subordinado y
le hizo señas para que se alejara unos metros. Después se acercó al regulador
de presión y cerró la válvula completamente. La señal luminosa de alarma saltó
a la pantalla de Drugar. Sin el flujo del inductor existía riesgo de sobrecarga
y era necesario frenar el ritmo de extracción.
–¿Qué hacéis? –preguntó, mirando a
la mujer directamente, convencido que era la responsable de la señal de alarma.
Hannae hizo caso omiso de la
pregunta y miró a su subordinado.
–El problema del inductor calórico
de estabilización de flujo es que la correa se desajusta con facilidad, debido
a variaciones leves. Está preparado para recibir impactos extremos y anomalías
de alta intensidad. Por ese motivo no captan variaciones por debajo nivel uno.
Y claro– sonrió–, por eso gotea. Para ajustarse de nuevo se tiene que activar
el protocolo de corrección, que sólo se pone en marcha bajo a anomalías de
nivel dos o más.
– ¿Y no podemos activarlo
manualmente? –preguntó el técnico.
–Sí y no –respondió–. No se puede
apretar un botón para hacerlo porque los sistemas están gestionados de forma
autónoma. Pero podemos provocar su activación.
Drugar se levantó y se acercó a los
dos técnicos, aun esperando respuesta. La mujer le lanzó un rápido vistazo y le
hizo una seña para que no avanzara.
–Esto requiere precisión –dijo.
El primer golpe fue brutal, no había
otra forma de describirlo. Los dos hombres se quedaron con la boca abierta, con
la pretensión de decir algo, sin saber exactamente qué. El segundo golpe sonó
igual que el anterior, quizás ligeramente más contundente. La imagen que tenían
ante sí resultaba extraña para ambos. Ninguno de ellos había visto nunca a un
jefe técnico golpeando furiosamente maquinaria, que se suponía de precisión.
Las patadas y puñetazos duraron un
rato más, sin que ninguno de los dos hombres dijera nada. Además del ruido de
los golpes, completaba la sinfonía los gritos y gemidos, adornados con algún
improperio ocasional.
La mujer se detuvo al escuchar un
nuevo pitido.
–Ya está –dijo mientras abría de
nuevo la válvula–. Ahora se reajustará a su nivel correcto.
– ¿Y así se debe hacer? –se atrevió
a preguntar el subordinado, denotando temor en su voz.
Hannae le sonrió y asintió con la
cabeza. No era necesario comentar nada más al respecto.
Una señal de alarma acústica aulló
en los altavoces del centro de mando. No se asemejaba a la anterior. Drugar
corrió hacia la pantalla para averiguar su naturaleza. Provenía del satélite en
órbita.
– ¿Qué ocurre? –preguntó Hannae
mientras se acercaba.
Drugar tardó unos segundos en
responder.
–Se ha averiado el sensor del
satélite –tecleó en la consola–. No capta nada. Es extraño, su última lectura
indicaba una nave aproximándose a la órbita.
–Déjame ver a mi –la mujer lo apartó
de un golpe y comenzó a teclear rápidamente.
El técnico de mantenimiento también
se acercó para curiosear qué pretendía su superiora. Ambos hombres miraron la
pantalla. Los códigos volaban ante ellos, sin que pudieran comprender cuál era
su objeto. Enseguida la pantalla cambió, para mostrar una imagen. Una nave
estaba atracada en el satélite y otra parecía alejarse.
– ¿Qué es eso? –preguntó Drugar.
–Un truquillo que aprendí hace años
–le sonrió la mujer–. Todos los satélites incluyen un viejo sistema de
supervisión con cámaras para controlar arreglos en órbita. Me he conectado para
ver qué ocurre –hizo una pausa–. Son malas noticias. La nave que está atracada debe
de haber desconectado nuestros sensores y la otra parece dirigirse a la
superficie.
– ¿Y qué significa eso? –quiso saber
el técnico.
Drugar sí lo sabía.
–Piratas –habló más para sí mismo
que para el hombre–. Una incursión pirata.
Hannae se alejó en dirección al
ascensor mientras él conectaba la señal de alarma general, contactando con la
central de los barracones de las FAD. Debían coordinar la defensa del
perímetro. El técnico siguió a la mujer sin decir nada.
–Aquí Drugar. Hemos detectado una posible
incursión de fuerzas hostiles, de naturaleza y nivel de amenaza desconocido,
entrando en la atmósfera. Prepárense según protocolo.
La nave aterrizó detrás del denso
bosque que separaba el perímetro del asentamiento de extracción. Apenas
terminaron de abrirse las compuertas los hombres salieron a paso ligero. La
rapidez se antojaba crucial en toda incursión y lo sabían. Si conseguían
penetrar las defensas de la planta, ésta no tardaría en caer. Los salacitas eran
expertos en la extracción de protomateria y en la gestión de la misma. Pero sus
efectivos de defensa planetaria, en asentamientos de baja producción y escaso
riesgo de ataque, no se contaban entre los más efectivos. Por eso habían
escogido este objetivo. Las fuerzas salacitas serían fácilmente contenidos y
los eventuales refuerzos llegarían cuando ellos ya se hubieran marchado con el
botín. La vida de un pirata requería tres cuartas partes de planificación y
sólo una de acción. Así se podía obtener beneficio y vivir lo suficiente para
disfrutarlo.
El líder de la escuadra uno observó
el despliegue del resto de grupos de ataque. Cinco escuadras preparadas para la
incursión. Cuatro entrarían a la vez en los cada uno de los puntos de acceso
principales. La quinta, la suya, sería la encargada de apoyar al grupo tres,
que se encargaría del punto más cercano al centro de control. Una vez estuviera
bajo su poder, los trabajadores del asentamiento cesarían cualquier
resistencia. Desde allí se controlaban los sistemas de energía, respiración y
suministro de alimentos.
–Todo listo –se acercó el líder de
la tercera escuadra.
Resultaba innecesario hablar más.
Los dos mandos se unieron a sus subordinados, dirigiéndose al punto de acceso.
Los sensores de movimiento demostraban actividad normal, ni concentraciones de individuos
ni nada extraño. El asentamiento no parecía haberse percatado de su llegada.
La señal luminosa reveló lo
evidente. Una concentración de movimiento se acercaba a los límites del
perímetro. También se captaban perturbaciones en la zona de extracción,
justamente en el otro extremo. Un ataque bien coordinado, sin duda alguna.
– ¿Cómo os habéis desplegado?
–preguntó Drugar al líder de las FAD.
–Los equipos uno y dos cubren la
zona norte, la entrada a la central de extracción. El equipo cuatro se encarga
del perímetro del asentamiento, disperso entre los trabajadores, como se indica
en el protocolo de rechazo por sorpresa.
–Perfecto –dijo–. Yo estoy
intentando preparar un mensaje de alerta para las naves cercanas, que
transmitiré cuando comience el ataque. Si lo envío antes la nave en órbita
sabrá que no nos han sorprendido.
Enfocó las cámaras de la entrada a
la sala de control. Allí se encontraba el equipo tres, dispuesto a evitar que
los piratas accedieran por esa zona. Entre el movimiento de soldados captó a
una persona no uniformada, que parecía fuera de lugar allí. Vio a la Exelion.
El técnico seguía a su superiora sin
decir nada. No sabía a dónde se dirigía, si bien pensó que ella sabría el lugar
más adecuado para estar a salvo mientras durara el ataque. Al bajar del
ascensor se cruzaron con una patrulla de las FAD, que estaban montando un
perímetro de defensa en la puerta del edificio.
– ¿Sabes manejar un arma? –preguntó
la mujer a su acompañarse sin dejar de caminar con la mirada fija en un almacén
cercano.
El hombre la miró extrañado.
– ¡Por supuesto! –Su tono de voz
pareció indicar indignación– Como todos los salacitas, recibí instrucción sobre
el uso de armamento y técnicas de defensa.
Hannae se detuvo de improviso y su
subordinado casi tropezó con ella. La mirada de la mujer pareció dejar claro
que no le había gustado la respuesta.
–No te he preguntado eso –alargó la
mano y agarró al hombre por el cuello, atrayéndolo hacia sí–. Quiero saber si
de verdad has manejado un arma y podré contar contigo para ayudarme, ¿es así?
Una explosión a escasos metros de
los dos les hizo caer al suelo, acabando el hombre sobre la mujer.
Inmediatamente el estruendo de disparos inundó toda la zona. El técnico,
totalmente fuera de sí, se quedó paralizado, sobre Hannae. Ésta lo apartó
bruscamente sin dificultad y lo arrastró, a través del tiroteo hasta una zona
fuera de la línea de fuego.
Un breve vistazo le permitió
comprender la naturaleza del ataque y el equilibrio de fuerzas. Ya había estado
en suficientes escaramuzas para saber cómo se desarrollaban. Ésta no se
presentaba bien para los salacitas, estaban en inferioridad numérica. Además,
las explosiones tenían una fuente clara, cañones de iones. Miró a su
subordinado, que continuaba encogido sobre sí mismo, donde ella lo había
empujado.
–Ya veo que no –dijo respondiéndose para
sí misma la pregunta antes formulada–. Eres un pobre diablo.
Las palabras de la mujer, apenas
audibles por el tiroteo, llegaron a oídos del hombre, que la miró con rabia en
los ojos.
–No soy ningún soldado, sólo un
técnico de mantenimiento. No me pagan para arriesgar la vida –su voz denotaba
cobardía.
La mano de Hannae se movió con
sorprendente rapidez, de manera que el golpe en la cara fue casi instantáneo, dejando
la marca enrojecida de sus dedos sobre la carne.
–Esto no es cuestión de dinero,
idiota –el tono de la mujer era de sincera indignación–. Nos están atacando y
nuestro deber como salacitas es defender nuestros dominios. Qué sería de la
República Salacita sin todos y cada uno de sus habitantes. ¿No prestabas
atención en las clases de historia? Nuestra sociedad es la más avanzada porque,
aunque creamos en el libre comercio y la competencia, tenemos un objetivo común
–hizo una breve pausa, esperando que cesara un puntual aumento de la intensidad
del tiroteo, junto con varias explosiones seguidas–: defender lo que es
nuestro. Podemos competir entre nosotros. Pero contra los de fuera somos uno.
Las palabras de la Exelion
parecieron calar hondo en el hombre, que sustituyó su mirada asustada por una
que parecía indicar otra cosa muy distinta: ira.
– ¿Qué quiere que haga? –preguntó.
La ira es más útil que el temor en
este caso, pensó Hanae.
La mujer señaló al almacén cercano,
apenas a unos treinta metros de donde se encontraban. Alcanzar aquel lugar no
entrañaba más dificultad que la de esquivar el fuego cruzado entre ambos
bandos.
–Debemos llegar allí –dijo–. Los
piratas están usando cañones de ionización rápida, que no son muy destructivos,
pero desactivan la cobertura magnética de nuestro perímetro. Además, los muy
cabrones saben bien que, aunque no den a ninguno de los nuestros consiguen
hacernos daño.
– ¿Por qué?
–Tú te saltabas muchas clases, ¿no?
–sonrió Hannae– Las de Física y Química básica también. Nuestras armas
funcionan con aceleradores de iones, que proyectan las balas. Un disparo de un
cañón de iones, además de hacer daño, esparce en unos metros una zona de
elevada carga que desgasta nuestro armamento. Observa cómo nuestros soldados
han tirado ya algunas de sus armas y cogen otras. Si la cosa continua así
pronto no podremos responder a su fuego. Además, nuestros escudos perimetrales
se desactivan, por lo que no podemos bloquear la entrada a la sala de control.
–Comprendo –asintió el hombre–. ¿Qué
podemos hacer?
La mujer señaló de nuevo el almacén.
–Allí hay dos vehículos de
transporte de contenedores. Están blindados para garantizar la seguridad de la mercancía
y son inmunes al efecto de las armas de iones, haciendo que se disipen sus
efectos. Si podemos sacarlos, tendremos una barrera entre los piratas y los
nuestros, con lo que conseguiremos que las FAD tengan más espacio para moverse.
–Pero hay que llegar allí… –dijo
mirando el edificio.
El líder de la escuadra uno
observaba con atención la evolución del ataque. Las comunicaciones con el resto
de equipos indicaban que el asentamiento no había sido cogido en realidad por
sorpresa. Esperaban el ataque y se ajustaron al protocolo salacita para tales
casos: hacer confiarse a los agresores que poseían la ventaja de la sorpresa,
para así rechazar la incursión de forma efectiva. No resultaba un mal plan,
salvo por un pequeño detalle. Ellos no eran meros aficionados, sino piratas
profesionales. Y conocían muy bien las tácticas salacitas. El equilibrio de
fuerzas se mantenía por el momento, mayor número de atacantes contra defensores
parapetados.
Un disparo pasó rozando la pared
tras la que se cubría. Sonrió interiormente al ver que el autor lanzaba su arma
y cogía otra. Los cañones de iones comenzaban a hacer su trabajo. Eso
decantaría la balanza en pocos minutos. Pronto se rendirían. Incluso quizás ni
fuera necesario aguardar, la persona al mando lo comprendería rápidamente y
ordenaría la rendición.
– ¡Señor! ¡Señor! ¡Mire eso! –la voz
de su subordinado denotaba sorpresa.
Un pirata curtido como aquel no acostumbraba
a sorprenderse. Era uno de los más veteranos.
– ¿Qué ocurre? –preguntó antes de
mirar.
Lo que vio fue suficiente respuesta
al desconcierto de su compañero de armas. Una enorme mujer, vestida con
uniforme de mantenimiento, cruzaba la línea de fuego, acompañada de un hombre
vestido de igual modo. Ambos corrían, esquivando el fuego y ocultándose entre
los escasos contenedores, muros y demás objetos que pudieran resultar una eventual
protección. Su destino parecía ser el hangar.
–No puede ser –dijo para sí mismo–…
ella otra vez.
– ¿La conoce, señor? –Preguntó el otro
sin comprender– ¿Qué hace? Yo pensaba que los salacitas civiles no se
inmiscuían en los conflictos armados.
El líder pirata miró a su compañero
asintiendo con la cabeza.
–Y así es –sonrió–… ahora. Pero ella
está educada bajo la vieja escuela, la que dice que todo ciudadano de la
república debe defender los dominios bajo su responsabilidad con todos los
medios a su alcance. No sé qué tiene en mente, aunque seguro que nada bueno
para nosotros –miró una vez más a la mujer, medio oculta entre un contenedor
viejo y una pared semiderruida–. ¡Concentrad vuestro fuego en ella! ¡Que no
llegue al hangar!
Miró una vez más a la mujer,
recordando la última vez que se había topado con ella. Aquel día perdió a dos
compañeros y tuvo que huir sin el botín. A pesar del tiempo que hacía de
aquello, aún no había logrado descubrir qué había hecho la mujer ese día para
decantar la balanza en el ataque. Tan sólo sabía, por sus contactos en
astropuertos militares, que había sido condecorada con la medalla civil al
valor.
– ¡No llegaremos! –gritó, intentando
alzar la voz sobre el estruendo del tiroteo.
El hombre miró a su superior,
esperando instrucciones. No sabía cómo, pero estaba convencido que ella
encontraría una manera. La Exelion era expeditiva y él ya lo había comprobado.
Hannae sacó un comunicador portátil y
tecleó unos códigos con su habitual celeridad. La respuesta a su orden fue un
sonido breve y agudo, que indicaba conexión fallida. Arrugó la frente y se mordió
el labio inferior. Volvió intentarlo y, de nuevo, el aparato emitió el mismo
sonido.
–Si los piratas han bloqueado el
satélite nuestras conexiones pueden haber sido afectadas –dijo el hombre, a
sabiendas que ella ya lo sabría–. Todo lo que no sea comunicación directa o
externa al sistema no funcionará.
La Exelion sonrió y, de improviso,
le plantó un beso en los labios.
–Eres un genio, chico –dijo riendo–.
Recuérdame que, si salimos de ésta, te lo pague en especie. Te mereces un par
de horitas con la Exelion.
El hombre la miró sin comprender. No
se le escapó que ella misma se había calificado por el mote que le atribuían.
Hannae lanzó un rápido vistazo al
hangar, justo en el momento que un disparo pasó rozando el muro donde se
cubría.
Fue un acto reflejo del hombre, o pura casualidad, pero la empujó
justo lo necesario para evitar que el segundo proyectil la impactara. Donde una
fracción de segundo antes se encontraba ella, ahora estaba él, que recibió el
disparo en pleno pecho. Cayó muerto sobre ella, que no se percató de lo
ocurrido hasta que el cuerpo de su compañero se apoyó inerte sobre su espalda.
–Estúpido –dijo para sí misma–. Mi
vida no valía más que la tuya.
Apartó el cadáver y volvió a
concentrarse en el hangar. Calculó la distancia, no podría llegar a pie. Aunque
había otro modo, su recientemente fallecido compañero había dado con él.
Encendió de nuevo el comunicador y activó la opción de conexión remota. Luego
bloqueó el aparato, echó un último vistazo y lo lanzó hacia el hangar.
–No puede ser –las palabras salieron
sin que él tuviera intención de expresarlas en voz alta–. No ha llegado allí.
¿Cómo lo ha hecho?
Su compañero pirata miraba en la
misma dirección, sin comprender las palabras de su superior. Lo único que veía
eran las puertas del hangar abriéndose.
– ¿Qué ocurre? –preguntó, mirando al
hombre.
El estruendo le hizo prestar
atención de nuevo. Un vehículo de transporte de protomateria había salido,
rompiendo las puertas que aún no estaban completamente abiertas. Tras el primer
vehículo se le seguía otro idéntico. El primero se dirigió hacia el lugar donde
la mujer se ocultaba. El segundo se colocó a medio camino entre los dos bandos,
bloqueando parte del fuego.
–Así es como lo hizo la otra vez, la
maldita –le oyó decir–. Los transportes están blindados y bloquean el efecto de
los cañones. Tienen prácticamente la resistencia de un vehículo de asedio terrestre
–miró a su compañero y le señaló el comunicador–. Contacta con los grupos del
asentamiento, que estén preparados para retirarse si doy la orden. Y ordena a
todos que concentren su fuego en la mujer y en los vehículos. ¡Que los inmovilicen!
El líder de las FAD que custodiaban
el acceso a la sala de control se sobresaltó al escuchar el estruendo procedente
del almacén. Ver cómo se acercaba el vehículo de transporte en dirección a sus
hombres, deteniéndose a medio camino, tampoco invitaba a tranquilizarse.
– ¡Usen el vehículo como parapeto!
–aulló una voz a través del comunicador.
Era Drugar quien había dado la orden.
– ¡Señor! ¿Qué ocurre? –preguntó el
líder FAD sin comprender.
– ¡Háganme caso! El vehículo les
garantizará un paso seguro hasta las posiciones enemigas, donde deberán
eliminar los cañones de iones.
El líder dio las instrucciones a sus
hombres, si bien todavía estaba algo confuso.
Al acercarse al transporte vio que nadie lo conducía, estaba en
conexión remota. Se preguntó quién lo manejaba. La respuesta le llegó unos
segundos después, cuando pudo observar a la Exelion entrando en el otro
transporte. Forzó la vista ligeramente, captando una imagen que le sorprendió.
La mujer tenía el cabello recogido a un lado y, en el otro, se podía ver claramente
que su oreja izquierda estaba plagada de destellos metálicos: una conexión
neuronal. Manejo remoto vía interfaz externo. Así lo había hecho.
Drugar observó las imágenes en pantalla. La comunicación de Hannae había
resultado una sorpresa y al mismo tiempo la salvación. Los transportes podían
resistir el fuego enemigo sin demasiados problemas y garantizar la llegada de
las FAD hasta el punto donde los cañones de iones bombardeaban. Además, la
protección contra el fuego que daban los vehículos les permitía seguir
parapetados mientras avanzaban hacia los piratas. Normalmente los incursores no
contaban con armamento tan poderoso como para destruir un vehículo blindado.
Sonrió ligeramente al ver cómo uno de los transportes abordaba una
cobertura de piratas y atropellaba a varios de ellos. El otro avanzaba más
despacio, asegurando cada zona con los disparos de las FAD. Pronto alcanzaría
los cañones de iones.
El vehículo más avanzado seguía sembrando el terror entre los
incursores. Cambió la visión a otra cámara, pudiendo cerciorarse de lo que ya
imaginaba. Hannae lo conducía.
– ¡Ordena retirada! –gritó el líder pirata– ¡No vale la pena seguir!
Mientras su subordinado comunicaba
la orden miró el vehículo, que acababa de llevarse por delante la cobertura del
grupo más avanzado. Algunos compañeros huían ya. Era la opción más razonable.
Como buen pirata, sabía que un combate que se alargaba más de lo necesario, o
se volvía a equilibrar, a favor de los defensores, era una pérdida de hombres y
recursos. Ellos no eran soldados profesionales ni ganaban nada con seguir
luchando o conquistar el asentamiento. La protomateria era lo más valioso que
se podía conseguir. Aunque nunca valía la pena hacerse con ella si costaba
demasiadas vidas o material. No había ningún sentimiento de cobardía o aprecio
por las vidas de sus compañeros en ello. La economía era lo primordial. Y una
incursión que se llevaba tantas vidas y recursos, como para que la siguiente
fuera más dificultosa o no pudiera realizarse, resultaba poco rentable al final.
Miró a de nuevo a su hombre y le
hizo una seña, para que partiera. Él tenía una cuenta pendiente, e iba a
saldarla. Buscó en su mochila el detonador y el explosivo. Tan sólo tenía uno y
se destinaba exclusivamente para la puerta de acceso a la sala de control, por
si los defensores la bloqueaban de forma manual.
Esperó a que el transporte se
acercara, siguiendo el rastro de los piratas que huían en dirección a la nave.
Como era de esperar, su presencia había pasado inadvertida, al permanecer quieto
en su posición.
Con una agilidad felina, de alguien
bien entrenado, se aferró al vehículo en movimiento. No tardó más de un par de
segundos en fijar el explosivo y activarlo. Saltó, intentando minimizar los
daños el previsible impacto contra el suelo. Un minuto después se hallaba de
nuevo tras cobertura. El transporte estaba ya a bastante distancia, llevándose
por delante un cañón de iones, que sus compañeros habían abandonado en su
huida. Apretó el botón y observó la explosión.
Sonrió para sus adentros. Su venganza
estaba cumplida. Habían fracasado en la incursión y habían perdido hombres. Aunque
algo positivo había resultado de todo ello. Esa mujer no se interpondría nunca
más en sus planes.