Aparentar, new way of life
Hace escasos
días estaba viendo un programa de coches en YouTube, en concreto un análisis de
un turismo de gama media. Soy un aficionado y me gusta ver las novedades del
sector, además de conocer las tendencias y evolución del mercado. En un momento
dado el periodista estaba describiendo las salidas de escape del coche en
cuestión y comentó un detalle que resulta bastante habitual en los últimos tiempos.
Las salidas de escape dobles que se veían, grandes, brillantes y cromadas, sin
duda muy vistosas, eran tan solo un detalle estético, sin ninguna utilidad práctica. El tubo de escape real estaba oculto. Cabe destacar, además, que era un
sistema tradicional, de un único tubo de tamaño normal.
Este
tipo de detalles estéticos es una tónica recurrente en el sector, para hacer
bonito y aparentar que el coche tiene acabados de nivel superior. Más adelante,
en el mismo reportaje, el periodista estaba analizando el vehículo en marcha y
sus sensaciones al volante. Comentó que el coche permitía modificar el sonido
del motor en el interior, para que se percibiera más deportivo. Cual fue mi
sorpresa cuando explicó que esa posibilidad no provenía de la gestión del motor
o del sistema de escape en sí, que no cambiaba en absoluto la realidad de la
conducción. Simplemente hacía que, a través del sistema de sonido y de los
altavoces en concreto, se escuchara ese ronroneo más deportivo. Apariencia una
vez más, sonora en este caso.
Estos
dos detalles de este video me llevaron a plantearme cómo ha evolucionado
nuestra vida, nuestra sociedad, en los últimos años respecto al asunto de las
apariencias. En la escala de los intereses, quizás incluso de las prioridades,
la apariencia ha subido muchos puestos.
En
el caso de los automóviles resulta en ocasiones más importante que otras
variables, como el equipamiento del vehículo. Tener un coche que parezca más
deportivo, más exclusivo, o incluso con capacidades que no tiene en realidad es
la tónica. Punto aparte en este sector son los SUVs, coches que parecen
todoterrenos, pero que no tienen esa capacidad y que además los propietarios jamás
ni se han planteado salir del asfalto. Esta tendencia, por supuesto, no es
exclusiva del sector y es extensible en muchas otras áreas, siendo más palpable
en la tecnología.
Lejos
en el pasado quedan los pensamientos u opiniones puntuales que se expresaban si
alguien mostraba un Rolex en público, o iba a un evento con un traje de Louis Vuitton,
cuando en su entorno se pensaba que su capacidad económica no permitía esos lujos.
Ahora es habitual.
Hoy
en día todos estamos, en distinto grado, inmersos en esa dinámica. Contar con
un calzado más exclusivo, el teléfono móvil de última generación con cuatro
cámaras de incontables megapíxeles o sencillamente mostrar en las redes
sociales que se viaja a menudo o que se está siempre feliz y sonriente es la tónica.
Intentamos hacer creer a los demás que estamos bien, que tenemos un capacidad social
y económica elevada. Ojo, no olvidemos que también está el otro extremo, quien
muestra su desgracia y su tristeza. En síntesis, que somos más o menos de lo
que somos… aparentamos.
Y
llegados a este punto yo me pregunto, ¿qué ha sido de lo auténtico? La realidad,
sea mejor o peor según se perciba, está infravalorada a nivel social. Todo es
mucho más feliz o más triste de cara a la galería. La realidad puede gustar más
o menos, o incluso generar simple indiferencia. Pero tiene una cualidad innegable;
es auténtica. Y eso debería contar.
Lo contrario pasa con las apariencias,
que conducen indefectiblemente a una conclusión, a un pensamiento: “pensaba que
era otra cosa”.
Por eso reza el antiguo dicho: “las apariencias engañan”.